Cuando suena la alarma del despertador, antes de salir el sol, el joven fascista se revuelve en la cama, gruñendo y tratando de asestar un arriesgado manotazo que acabe de modo reivindicativo con tan infernal dispositivo. Pero esta zozobra nunca durará más que unos breves instantes porque este joven quiere que el futuro le pertenezca y sabe que para esto hay que repudiar la pereza enérgicamente. Después de pasar bajo una buena ducha y prepararse un saludable y nutrido desayuno, se instala delante de su ordenador para beber su café mientras se informa.
Es hora de ir al trabajo, a pie o en bicicleta (a ser posible) porque el joven sabe que la vida moderna reduce peligrosamente la actividad física, además, no hay un momento más útil y valioso para hacer balance y pensar, que aquel en el que uno camina en solitario atravesando la dormida ciudad, en silencio, a solas con sus pensamientos, sus proyectos y sueños.
La mañana de trabajo se desarrolla en una completa rutina que intenta esclavizar cada uno de nuestros cinco sentidos. El joven fascista pelea contra eso, por no venirse abajo y mantener la cabeza tranquila mientras desempeña su labor de modo ejemplar. Procura estar alegre y atareado, sabe que al final de la jornada esta actitud le reconfortará.
A la hora de la comida, alrededor de un buen guiso, aprovecha para informarse de las últimas noticias y para hablar con su pareja y familiares. Pondrá sobre la mesa ideas para desarrollar las posibles actividades para el fin de semana: un concierto, una conferencia, una fiesta tradicional, una escapada al campo, una ruta histórico-turística, un acto de militancia callejera, una acción solidaria…
Tras acabar por completo la jornada, aprovecha para hacer alguna llamada y/o visitar a algún amigo o familiar. Suele visitar con frecuencia a sus mayores, para ayudarles a luchar contra la soledad de aquellos que se han quedado viudos; haciéndoles compartir esa espléndida memoria llena de generosos recuerdos (felices, amargos en muchos casos, pero de cualquier modo enriquecedores e embriagadores). La visita compensa a ambas partes y resulta conmovedor ese gran amor siempre presente.
Luego se unirá a su mujer para ayudar en las tareas del hogar de modo que los dos puedan disfrutar del poco tiempo libre que queda al final de la jornada. Este tiempo será aprovechado en realizar tareas creativas, o escribir correspondencia, mientras se escucha el último vinilo o cd agenciado.
Es viernes, y toca tomar unas cervezas para sacudirse los malos momentos de la semana. Pero antes, el clan, se reúne para cenar entre risas y apasionadas conversaciones, mientras los más pequeños revolucionan la estancia (sus sonrisas están cargadas de recompensa y promesas de un futuro mejor).
Tras la cena, unos optan por la tranquilidad del hogar dedicando las últimas horas de la noche a la inmersión en una lectura de calidad o al disfrute de ver una buena película (los programas y series de televisión son debidamente desterrados y sustituidos). Los más golfos se dirigen a tomar la “última” a la cervecería habitual. De camino al bar se tapiza el trayecto con pegatinas y pintadas militantes, y en alguna que otra ocasión, el joven fascista, se ve obligado de tener que recordar virilmente las reglas de la cortesía europea y de la discreción a algunos impertinentes. En la barra las cervezas comienzan a desfilar una detrás de otra, cada pinta, cada brindis, acababa sellando comprometidos pactos entre hermanos. Ninguno soñaría jamás con contravenir las reglas.
A la hora de la despedida se estrechan el antebrazo con fuerza y cada rata vuelve a su alcantarilla. Una vez entre las sábanas el sueño concede unos minutos para revisar algún fanzine y después, luz apagada, dos corazones se duermen en el mismo soplo.
…y de nuevo, vivamente, la mañana, un nuevo alba, tan intenso y tan necesario.
Fdo: Germán Alcantarilla

No hay comentarios:
Publicar un comentario